Pastel de papa, es uno de esos sabores de mi infancia, esos que cuando mi abuela quería hacernos unos mimos lo preparaba. Encima de prepararlo, mimarnos, también hacía a gusto de cada comensal. Preparaba medio pastel de papa sin aceitunas, para las personas sensatas (?) que no nos gustan las aceitunas.
También cuando estaba a dieta en vez de papa lo cambiaba por calabaza y en otros momentos hasta de batata por gustos distintos. Entonces había hasta 4 versiones en una mesa, porque ella nos malcriaba a todos.
Al ser uno de esos sabores que extraño, si bien nunca voy a conseguir el sabor de mi abuela, hago mi versión con algunos cambios a su receta. Aunque siga al pie de la letra la suya la mano de mi abuela era especial y no voy a poder igualarla jamás.
Hervir las papas con cáscara en una olla con agua y sal gruesa hasta que podamos clavar el cuchillo.
Pelar las papas, tratá de no quemarte pero la cáscara va a salir muy fácil.
Preparar el mejor puré del mundo, como más te guste, en esta receta no lo hice por no tener todos los ingredientes en cantidad suficiente, pero con nuez moscada, una yema de huevo, manteca o crema y queso rallado es “LA BOMBA”. Reservamos el puré.
Colocar en una sartén un chorro de aceite de oliva y rehogamos la cebolla, podés agregarle morrón también. Dejamos que se cocine.
Una vez que ya está cocida la cebolla le incorporamos la carne picada, la condimentamos con sal y pimienta a gusto, y el pimentón. Dejamos que se cocine y la removemos ocasionalmente para que no se pegue.
Cuando ya se cocinó la carne, le incorporamos el puré de tomates, dejamos reducir a gusto, apagamos el fuego. Ahora si viene la magia.
Aceitar apenas la base de una fuente y le ponemos la mitad del puré y esparcimos cubriendo bien la base.
Volcamos la mitad del relleno. ¿La mitad? Si la mitad, porque en ese momento cortamos los huevos duros y los esparcimos por toda la fuente así nos encontramos con el huevo en todo momento.
Volcamos el relleno restante, y lo cubrimos con la otra mitad del puré. Emparejamos, espolvoreamos con el queso rallado, y lo llevamos al horno previamente calentado a 240º hasta ver ese doradito que tanto nos gusta.
Después de todo eso, sacale una foto, presumí con tus amigos (quién no te va a envidiar si estás comiendo un clásico de clásicos) y a disfrutar.