Tallarines, son los que me traen lindos recuerdos, domingo por la mañana cuando era chiquito, ver a mi abuelo agarrar unas maderitas para poder ajustar la “pastaleenda” (como no pagan la escribo mal pero todos saben de que hablo) en la mesada de mármol, sentir los aromas de los ingredientes que mi abuela iba cortando para preparar su espectacular estofado (que más adelante publicare esa increíble receta).
Mi abuelo me decía ¿me ayudás?, y como decirle que no a mi gran cómplice de cagadas, mi gran amigo en la vida y más si se trataba de ensuciarme con harina y cocinar. Eso si a mi me tocaba la ardua tarea de girar la manivela para estirar y cortar la masa. Momento muy felices que viví de chico y que añoro y atesoraré por siempre.
Sin ponerme muy melancólico pasamos con la receta que es una de las más simples y la que a casi todos nos remonta a la familia.
Es tan simple como integrar los ingredientes y amasar un tiempo hasta que nos quede una masa bien lisa, habrán notado que no lleva sal, y no es que me olvidé sino que no le pongo porque la sal comienza a secar la masa desde adentro por lo que no lo recomiendo.
Una vez que preparamos la masa la dejamos reposar unos minutos y estiramos (como ahora no tengo la maquinola lo hago con palo de amasar). Vamos a tratar de hacerlo lo más fina posible y que quede de un buen largo.
Enharinamos bien la masa y la doblamos en si misma (sin hacer presión para evitar que se pegue), después de varios dobleces (también se puede enrollar) con un cuchillo bien afilado los cortamos del ancho que más te guste.
Luego se llevan a agua hirviendo con sal (sin aceite porque sino va a evitar que se impregnen en la salsa que preparemos), cuando ya van a estar los sacamos y los incorporamos a la salsa para que se terminen de hace en ella y adquieran más sabor.
Nos ponemos repasador al cuello, les ponemos queso rallado y pimienta (al menos yo) y comemos nuestros exquisitos tallarines.